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Ser una persona espiritual

El ser espiritual es el encuentro con nuestra verdad, con nuestro origen.

Nunca debemos olvidar que somos espíritus pasando por una experiencia humana, no lo contrario.

El error que  cometemos muchos es en pensar que la espiritualidad es la búsqueda de algo extraño, de algo lejano cuando realmente es el encuentro con nuestra identidad, pero a un nivel superior al plano donde actualmente residimos.

Para que nuestro estado de consciencia sea superior a la carne debemos practicar. Debe existir algún sistema de creencia, no necesariamente religiosa pero alguna cultura, practica o fe donde podamos desarrollar el músculo espiritual que nos permita vivir desde el espíritu y no desde la carne.

Para ser espiritual es importante vivir en este lugar de consciencia superior.

Nuestra existencia en este plano debe ser un verdadero reflejo de caridad, de servicio, de amor, compasión y bondad.

Para vivir en este estado iluminación es necesario practicar la meditación, la auto reflexión diaria.

En este proceso podemos encontrar el agradecimiento y al mismo tiempo iluminación para transformar nuestra vida.

En este momento de practica espiritual se descubre el amor a Dios, el amor por todo lo creado, el respeto a tus prójimos y a todo ser viviente.

Cuando vivimos conscientemente en este lugar de mayor vibración, la vida se vuelve mas fácil, seremos mas paciente y mas agradecido con lo poco y con lo mucho.

Equilibrio interior:

La paz con uno mismo y con los demás es hermana gemela del equilibrio, y si de verdad deseamos la paz, necesariamente habremos de poner fin a las hostilidades, luchas e inquietudes que fatigan el cuerpo y el espíritu.

El equilibrio nos vendrá siempre del interior, de la aceptación propia y de la aceptación de los demás.

Por el contrario, la intranquilidad y el desasosiego tienen como fuente primordial la batalla que todos libramos en nuestra propia mente al proponemos objetivos incompatibles, en conflicto, ya que hacemos depender nuestra paz interior, nuestro equilibrio, de que los demás cambien.

Es frecuente que achaquemos nuestros estados depresivos, nuestro mal carácter, nuestra desidia o nuestra desgracia a que familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos o conocidos no respondan exactamente con su conducta a las expectativas concretas que teníamos sobre ellos, ni persiguen el objetivo que nosotros les habíamos fijado.

Perdemos los nervios, nos desequilibramos y atormentamos porque los demás no amoldan su vida y su conducta a la nuestra y por eso les acusamos de ser la causa de nuestras desdichas y de que vivamos tan alterados.

Es absurdo hacer depender nuestro equilibrio, nuestra felicidad, nuestra paz interior del cambio de conducta que lleven a cabo otras personas en relación con nosotros, sencillamente porque al proponemos como meta cambiar a otra persona, le estamos otorgando el poder de decidir si disfrutaremos o no de paz y de felicidad.

No existe una pretensión o una actitud más inmadura e infantil y, sin embargo, pocos adultos llegan a comprender en su vida que la paz, la madurez mental y el equilibrio son siempre un proceso interior, dinámico y privativo de cada individuo.

Es cada persona quien decide, elige y crea su propio clima interior y exterior de equilibrio y de paz, precisamente fomentando en su mente pensamientos de paz, equilibradores, de acogida y de amor.

Si no aceptamos a los demás como son, con sus limitaciones y defectos, damos entrada en nuestro corazón al desasosiego, las lamentaciones y los sentimientos negativos y de destrucción.

Es cada persona, ella solita, quien crea sus propios estados depresivos, de frustración, de venganza, de confusión y de ira al plantearse objetivos en conflicto, uno de los cuales, quizá el más grave, sea el hacer depender el propio equilibrio, la paz mental de los cambios que realicen otras personas.

Son nuestros pensamientos quienes deben cambiar para lograr el equilibrio.

¿Cómo puede encontrar cualquiera su propio equilibrio personal y mantenerlo?

Con la auto observación, con la vigilancia interior.

Cada vez que te descubras a ti mismo culpando a otros de tus desgracias y problemas, pretendiendo cambiarles para que se amolden a tus deseos y pretensiones, estás alentando tu propio desequilibrio.

Siempre que dentro de ti, en tu mente o en tu corazón se produzca una reacción desequilibrada, equilíbrala al instante recurriendo al amor, la comprensión, el perdón y la generosidad.

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