Vivimos contracturados: Día sí y día también, nos toca lidiar con ese punzante dolor en la boca del estómago que ‘escala’ hasta invadir nuestras papilas gustativas con un extraño sabor metálico. De las lumbares y las cervicales, mejor ni hablamos. Nos hemos acostumbrado a que el cuerpo nos duela, pero, sin embargo, nos hemos ‘desacostumbrado’ a escucharle para conocer las razones de sus ‘quejidos’.
Ese es, precisamente, el apasionante (e inquietante por su importancia y el poco caso que le hacemos en nuestra vida cotidiana) , tenemos que ser más conscientes de la estrecha relación que existe entre las emociones y los dolores que se manifiestan en diferentes partes de nuestro cuerpo»; cómo «hemos dejado de escuchar los mensajes que nos envía nuestro organismo para decirnos que algo no va bien» y en cómo aprender a utilizar la meditación como herramienta para arreglar ese ‘teléfono interno escacharrado’ que tantos problemas nos está causando.
No todos los dolores físicos tienen una causa psicosomática. Sin embargo, habría que pensar que, cuando un dolor se repite y, a pesar de que intentamos buscar solución tomando relajantes musculares -siempre prescritos por un facultativo-, por poner un ejemplo, sigue sin pasarse, convendría pensar que, quizás, pudiera existir una causa psicológica, porque mente y cuerpo son lo mismo. Ambos forman parte de la misma persona y accionan por igual.
Pero, ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué ya ni reconocemos, ni escuchamos nuestra voz interior?
Nos pasamos demasiadas horas sentados, trabajando o ante un ordenador, y esa área del cerebro que se ocupa de la postura y del movimiento llamada propiocepción deja de trabajar al no tener una acción en la que fijarse.
Un área que, curiosamente, es la más grande en relación con los demás sentidos y nos cuenta todo sobre cómo se siente nuestro cuerpo. Si la ‘atrofiamos’ por falta de uso, llegará un momento en el que seremos incapaces de entender el lenguaje con el que nos hablan nuestras emociones y éstas acabarán por manifestarse cada vez con más intensidad hasta llegar a convertirse, en algunos casos, en una enfermedad. Yo suelo decir que todos tenemos una bestia que está ahí para protegernos; cuando nos encontramos ante una situación complicada, reacciona y, si la alimentemos (desoyendo sus avisos), va a engordar hasta llegar a secuestrarnos literalmente.
Por desgracia, «no se ha dado al lenguaje corporal la relevancia que tiene. Desde que somos muy pequeños, se nos dice (puede que con la mejor de las intenciones), que aguantemos en situaciones tan urgentes para nuestro organismo como orinar o comer. Y algo tan ‘cotidiano’ como educar a nuestro cuerpo para no escuchar la llamada de que necesitamos ir al baño, hace que, incluso, nos lleguemos a olvidar de hacer pis y, como consecuencia, dejemos de hidratarnos adecuadamente.
Así, sin darnos cuenta, «vamos inhibiendo el lenguaje natural de nuestro cuerpo». Algo parecido pasa con la respiración. «Una de las mayores causas de estrés y ansiedad es que las personas nos hemos olvidado de respirar correctamente. Y, al no hacerlo, no se oxigena ni la sangre, ni el cerebro de una forma adecuada, empieza la ‘niebla mental’ y, a partir de ahí, se produce una reacción en cadena.
Reconciliarnos con nuestras emociones es absolutamente fascinante y arranca por algo tan básico cómo saber que «nuestro cuerpo nos habla» y que, cuando lo hace, cada zona en la que se ‘manifiesta’ tiene un significado concreto. «Cuando nos encontramos ante una dificultad, esta va a manifestarme en la parte de nuestra anatomía que tenemos más vulnerable y, aunque en esto no hay reglas universales, sí que nos encontramos con enormes coincidencias.
Si hablamos de la espalda, desde el punto de vista psicosomático, «hay una diferencia entre cuando duele la parte superior y la inferior (zona lumbar)». Así, «si las molestias se presentan en el cuello, los hombros u los omoplatos, estas tienen que ver, normalmente, con la asunción de una responsabilidad que no corresponde.
Es el típico dolor que experimenta, por ejemplo, la persona que se ve obligada a asumir la carga de trabajo de un compañero o que tiene que recoger, cada día, la habitación de sus hijos ya mayores. Las lumbares, por su parte, suelen molestar cuando tenemos problemas de relaciones con los demás.
En muchos casos, la angustia se revela en forma de dolor en la boca del estómago o, incluso, en la aparición de problemas para hablar, ronqueras o dolor de garganta«. Esto suele sucederle a personas que, de niños, han tenido mucha dificultad para expresar lo que estaban sintiendo. Esa inhibición hace que, ante una situación adversa, sientan una especie de nudo en la garganta que les impide hablar y expresar lo que sienten.
En las ocasiones en las que sentimos mucho miedo, lo que va a resentirse más es la zona del suelo pélvico. Por eso, a los niños e, incluso, a los adultos, cuando tienen mucho miedo, se les sueltan los esfínteres.
Cuando lo que duele es la zona lumbar o de los órganos reproductivos (ovarios, útero), «muchas veces, si se ‘rebusca’ desde el punto de vista psicológico, hay un sentimiento de culpabilidad persistente en el tiempo.
Si es el plexo solar, punto en el que las costillas hacen una uve invertida, si se indaga, suele haber un cuadro de humillación detrás. Suelen ser experiencias adversas que se han quedado ancladas. Por eso, es recomendable revisar qué momentos y qué situaciones exteriores han provocado que sintamos dolor allí.
Detrás de molestias en el pecho, los pulmones o los bronquios, suele haber problemas afectivos. Nos encontramos con el síndrome del corazón roto que es un síndrome clínico que se da en personas que han tenido un desengaño amoroso brutal.
Esos dolores de cabeza recurrentes también pueden tener detrás una emoción más encauzada. Las cefaleas tensionales de origen difuso a las que no se puede poner remedio tienen mucho que ver con esas situaciones en las que nos encontramos en una encrucijada y no sabemos cómo resolverla. Se nos inflaman las meninges para decirnos que encontremos la salida lo antes posible porque estamos bloqueados.
EJERCICIOS PRÁCTICOS PARA APRENDER A RECONOCER LAS SEÑALAS DE NUESTRO CUERPO
¿Qué podemos hacer para volver a reconocer y a atender a la voz de nuestras emociones? La clave radica en recuperar ‘nuestro sexto sentido’, el de la propiocepción’.
Hay cinco sentidos que todos identificamos como tales, pero hay otros dos más ante los que la sociedad está sorda, ciega y muda. Y, curiosamente, son los que más espacio ocupan en el cerebro.
Uno de ellos es la intercepción que no podemos controlar, pero sí notar como cuando, por ejemplo, se nos altera el ritmo cardíaco o el tránsito intestinal. Es la percepción de que lo nos está pasando por dentro.
El otro es la propiocepción y este sentido se nos está atrofiando debido a nuestro estilo de vida sedentario porque no tiene que ‘estar pendiente’ ni de la postura, ni del movimiento.
Cuando un órgano enferma a los otros se ven ‘obligados’ a hacer un trabajo extra para suplir su función. Cuando no tenemos la estructura corporal bien integrada o la postura corporal adecuada, otras partes tienen que ponerse a disposición para suplir este déficit. Y, si esta situación se perpetúa en el tiempo, terminan por aparecer los dolores.
Por eso, uno de los ejercicios es recuperar nuestra ‘mirada interna. La idea no es mirarse al espejo para poner a prueba en sentido de la vista, sino percibir la sensación interna que nos ayude a identificar si estamos en una postura inadecuada, si tengo un dedo del pie montado sobre el otro. etc.
Hay que entrenar muchísimo la paciencia. No estamos acostumbrados, por ejemplo, a dedicar la atención que se merece a nuestra lengua de la que, más allá del habla, depende la tensión de la mandíbula, de la boca del estómago o de la garganta. No nos damos cuenta de la cantidad de músculos que hay en la lengua y la tensión que se concentra en ese punto. Por eso, yo invito a los que estén leyendo esto que destensen la lengua y noten cómo se expande hacia los lados y se apoya en las muelas inferiores y detrás los dientes incisivos. En el momento en el que esto sucede, inmediatamente, vamos a notar un descanso en la garganta y el inicio del aparato digestivo.
Otro de los retos que nos plantea es «centrarnos en nuestros globos oculares que están llenos de músculos que, cuando se tensan, hace que pasen muchas cosas».
De las plantas de los pies, nos recuerda, dependen muchos dolores musculares y, sobre todo, el equilibrio que, curiosamente, también se ve condicionado por la tensión en la mandíbula. Si la relajamos, notaremos como mejora nuestra postura y nuestro equilibrio.
En definitiva nuestro cuerpo es nuestra casa y tenemos que cuidarlo bien, algo a lo que no estamos acostumbrados y que debería de empezar por reaprender a escuchar el lenguaje corporal para detectar a tiempo qué es lo que está pasado y ponerle remedio:
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