Nuestro cuerpo suele ser un gran desconocido, casi tanto como nuestra mente. Solemos maltratarlo, decirle lo que no nos gusta de él, las cosas que cambiaríamos, pensando que nuestro cuerpo es un reflejo de nuestra esencia, de quienes somos en realidad.
Para los budistas, nuestro cuerpo es el templo donde anida nuestra alma y debemos cuidarlo y quererlo para que esta desee vivir en él. Esta concepción del cuerpo trasciende el aspecto meramente físico y estético para introducirnos en una profunda espiritualidad que nos ayuda a comprender que el cuerpo físico con el que nos identificamos, en realidad contiene en su interior nuestra esencia inmortal.
En tiempos de tristeza, en tiempos de miedo, en tiempos de soledad, nuestro cuerpo es el cobijo ideal. Nos conecta con la respiración, nos conecta con nuestras emociones, nos conecta con el niño o niña que fuimos y que sigue habitando en nosotros. El cuerpo es nuestro mayor apoyo y también un compañero de por vida que refleja lo que ocurre en nuestro mundo emocional, del que solemos estar desconectados. Por ello, si deseas ahondar en tus emociones, si deseas conocer tu mente, acude a tu cuerpo, en él se esconden.
El cuerpo posibilita todas las experiencias grandes y pequeñas de la vida, desde comer hasta trabajar, jugar o amar. Pero también está sometido a la enfermedad, el dolor, el envejecimiento y, en última instancia, la muerte.
Es bien conocido el rechazo al cuerpo en la tradición religiosa occidental cristiana, pero también se ha producido en Oriente. El brahmanismo hindú comparte la visión del ascetismo cristiano cuando tacha el cuerpo de irreal o como una carga densa de la que hay que liberarse. Algunos textos budistas lo definen como una fuente de sufrimiento, y calificativos similares se pueden encontrar en el judaísmo y el islam.
Solo puedo trascender mi cuerpo cuando me conecto con él, cuando lo siento, cuando le escucho, me comunico con él y con las emociones que se enredan en mi espalda o en mi estómago, incluso en mi corazón. Durante mucho tiempo pensé que debía huir de mi cuerpo físico para encontrar mi naturaleza espiritual, pero la realidad ha sido la contraria, hasta que no he contactado con él, con su naturaleza sabia y amorosa, no he podido vislumbrar mi alma, mi esencia infinita.
Quiero que tú también contactes profundamente con tu cuerpo, quiero que aprendas a descubrir tu alma en él, por eso hoy traigo hasta ti algunas prácticas que puedes realizar para conectar más profundamente con tu cuerpo y por ende, con tu alma. Estas prácticas también te ayudarán a sobrellevar mejor la situación excepcional que la humanidad al completo estamos viviendo.
Respira… La respiración es el hilo que nos une a la vida y al presente, incluso nos conecta a nuestra conciencia.
La respiración, junto con el latido del corazón, son puentes entre nuestro mundo físico y espiritual, son energías que nacen de nosotros y a las que podemos acudir para renovarnos, para relajarnos, para transformarnos. Observa tu respiración en este instante, mientras lees mis palabras… ¿es rápida, es profunda, retienes el aire antes de cada inspiración, lo retienes después de cada espiración? Familiarízate con ella, compréndela.
En los momentos en que la ansiedad o el nerviosismo vengan a ti, cuando la tristeza y el miedo secuestren tu cuerpo y mente, tan solo cierra los ojos y observa cómo respiras, déjate llevar, mecer por ese movimiento rítmico, eterno… Siente la paz que experimentas al tomar aire y la profunda relajación que habita en ti cuando exhalas… Déjate llevar por este ritmo sereno, el reflejo de tu alma.
Observa tu cuerpo… Damos por echo nuestro cuerpo, por eso no lo valoramos, por eso no lo escuchamos. Este es el mejor momento para comenzar a observar nuestro cuerpo físico, el que nos permite vivir esta experiencia humana, el que nos ayuda a crecer y evolucionar. En este instante, observa tu cuerpo… haz un repaso por sus partes, comenzando por la cabeza, el cuero cabelludo, los ojos, orejas, nariz y boca… no pienses, solo siente cada parte… Continúa por tu cuello, tus hombros, brazos y manos… Observa tu pecho, tu abdomen y la espalda en toda su extensión, siente tus glúteos y piernas, los muslos, rodillas, pantorrillas y pies… siente tu cuerpo en toda su extensión, envíale amor, envíale gratitud, dile lo mucho que le aprecias.
Habla con el dolor… El dolor y las molestias, son susurros de tu mente que se han materializado en el cuerpo. En ocasiones el dolor es tan intenso que te impide desconectar, que te hace imposible ir un poco más allá. En realidad el dolor y las molestias pueden convertirse en el centro de la observación del resto de tu cuerpo, sin huir de ellos, integrándolos como una experiencia más que vives, sintiendo las diferentes partes de tu cuerpo, diferenciando las que te molestan de las que no. Agradece al dolor su presencia, pues te ayuda a conectarte contigo mismo.
Nuestro cuerpo está vivo, nos escucha constantemente, por eso te recomiendo que hables con él, especialmente con aquellas partes que te molestan. Cierra tus ojos y centra toda tu atención en la molestia, en el dolor… no huyas de él, reconoce su presencia y pregúntale por qué te acompaña, qué te quiere decir… dale un tiempo para que responda, su respuesta te puede llegar como una emoción, un pensamiento o una imagen… fluye con él… déjate sorprender.
Puedes preguntarle todo lo que quieras, busca las respuestas que nadie te puede dar, que solo tú sabes. Cuando decidas que es suficiente, despídete de esa zona del cuerpo y agradece la sabiduría que ha compartido contigo, hazle saber que tu amor también va dirigido a él.
EL CUERPO PUEDE SER UN ALIADO DEL CRECIMIENTO INTERIOR
Sin embargo, en las mismas tradiciones hallamos palabras que ensalzan el cuerpo como una materialización misma de lo divino. Junto a la tendencia de separar el cuerpo de aquello más sublime del ser humano existe la intuición de que en la práctica están unidos o son la misma cosa.
Sería deseable dejar atrás la ambivalencia de las tradiciones espirituales para abrazar definitivamente el cuerpo y el universo material como manifestaciones espirituales.
CUIDARLO, MÁS ALLÁ DE LA SALUD
Considerar el cuerpo como un templo lleva a cuidarlo con una intención que va más allá del mantenimiento de la salud. O, en caso de enfermedad, a intentar curarse por vías naturales, no tanto combatiendo los síntomas como respetando la inteligencia del cuerpo, que puede emplear la enfermedad para favorecer un giro existencial o un cambio de valores. El cuerpo puede ser un maestro incluso cuando está enfermo.
Más que evitar los trastornos se trata de favorecer el desarrollo de sus potenciales extraordinarios de vitalidad. Para ello es necesario conocer su estructura. Las sabidurías tradicionales lo describen como una combinación de tres niveles distintos: físico, mental y espiritual.
Más allá de las descripciones teóricas, en el cuerpo todo está conectado. Por eso técnicas como el yoga, el reiki o las artes marciales actúan sobre el cuerpo físico para conseguir objetivos espirituales o inmateriales.
Mediante la alimentación, la respiración y la práctica de determinados ejercicios se puede afinar su funcionamiento hasta convertirlo en un instrumento de conocimiento.
LAS PRÁCTICAS DE CONSCIENCIA CORPORAL
Tratar el cuerpo como un templo significa cuidar todas sus dimensiones, desde las más físicas a las más elevadas, recordando que ninguna práctica se centra exclusivamente en una de ellas. Lavarse, vestirse, beber, comer, saludar, dar, tomar, recogerse… cualquiera de esos actos es una invitación a ser más conscientes.
El ejercicio físico, como los diferentes deportes o el caminar, puede ser tan ritual como las técnicas que trabajan las energías sutiles (reiki, taichí, yoga, chikung, ciertos masajes), e incluso como los distintos tipos de meditación y visualización, que operan al nivel de la conciencia.
RECONECTA CON EL CUERPO Y CON LA TIERRA
Las tradiciones espirituales ven una resonancia entre el cuerpo y el cosmos. En su funcionamiento se expresa toda la sabiduría y la capacidad creativa de la naturaleza.
La mente puede ansiar el conocimiento de las leyes físicas y químicas, pero el cuerpo humano ya es el resultado más acabado de su aplicación. De alguna manera, el objetivo debiera ser conectar con lo que el cuerpo ya sabe.
La experiencia del cuerpo como un ente sagrado –digno de respeto– es un primer paso para considerar la naturaleza entera como su origen y su casa. Así alcanzamos un doble asimiento, en nuestro cuerpo y en la Tierra, que cura la extraña sensación de no formar parte de este mundo.
A lo largo del día y de la semana hay tiempo para dedicarlo de manera equilibrada, y en consonancia con las características personales, a cada tipo de práctica.
OTRA FORMA DE EJERCITAR EL CUERPO
La combinación permite enriquecer la calidad de cada una. Por ejemplo, al correr o ir en bicicleta ya no nos centramos en quemar calorías o aumentar el rendimiento, sino que prestamos atención a la armonía de los movimientos, a la respiración, a las sensaciones que experimentamos y a la relación con los otros seres vivos.
El entrenamiento de la fuerza y de la resistencia, que a menudo se lleva hasta la sensación de agotamiento, nos familiariza con la capacidad para renacer e ir más allá de los límites.
Recuerda que tu cuerpo es un templo, cuídalo, ámalo, siéntelo
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