Vivimos en un sistema que premia lo inmediato:
Lo rápido, lo productivo. Y que deja fuera casi sin darnos cuenta todo lo que verdaderamente sostiene una vida:
La lentitud, el cuidado, la presencia, la conexión la vulnerabilidad, la ternura, el vínculo.
Nos dicen que hay que poder con todo, que sentir es debilidad y que mostrarnos es un riesgo, que depender de alguien es un fallo, y desde ahí nace mucho dolor:
La ansiedad, el agotamiento, esa sensación de ir corriendo siempre y no llegar nunca, ese miedo a ser vistos tal y como somos y es que el individualismo nos prometió libertad pero muchas veces nos dejo más solos y confundidos.
Y el amor propio malinterpretado nos llevó a islarnos, a exigirnos perfección y a exigirselo constantemente al otro, a creer que podemos constantemente solos con todo sin necesidad de nadie pero esto es un error ya que la humanidad no funciona así, nuestro sistema nervioso no funciona así , y nuestra alma no funciona así tampoco, porque ser humanos es permitirnos sentir aún cuando incomode, es pedir ayuda, es dejar que otros nos sostengan y sostener también cuando podamos.
Ser humano es recordar que somos Naturaleza y que la naturaleza vive en ciclos y no únicamente en metas.
Que el bosque no se compara, que los ríos no exigen y que nada en la tierra florece todo el año, y quizá el verdadero arte de vivir hoy consiste en eso:
En recuperar la lentitud, en volver al cuerpo, en recordar que no somos máquinas ni robots, y que sentir o estar mal no es un fallo, sino que es la prueba de que todavía seguimos vivos, porque en un mundo que «corre» ser humano es detenerse, porque en un mundo que «exige» ser humano es escuchar, porque en un mundo que «deshumaniza» ser humano es un gesto muy valiente.
