Durante mucho tiempo, pusiste tu alma al servicio de otros vuelos.
Fuiste abrigo, empuje, sostén… incluso cuando el viento no estaba a tu favor.
Guardaste tus propias alas con un amor tan grande que olvidaste que también fueron hechas para volar.
Hoy, ese acto de amor se transforma en otro: el de recordarte.
El de mirarte al espejo con ternura y decirte: “ahora me toca a mí”.
Es tiempo de desplegar lo que siempre estuvo ahí. De tomar altura.
De volar no por huir, sino por merecer.
Por deseo, por destino, por decisión.
Porque también hay magia en los vuelos propios…