La primera vez
El primer científico de la historia fue un personaje cuyo nombre no resulta demasiado familiar para la mayoría: se trata de William Whewell, filósofo, teólogo y científico británico que murió hace menos de 160 años.
Todo se debía a la falta de una designación de facultad que encendió un debate entre los académicos de la época exponiendo cómo podrían llamarse a sí mismos sin determinar la especialidad (matemático, químico, físico… porque ‘incluso la mera ciencia física, pierde todo rastro de unidad’. Llegaría entonces una reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, donde “un caballero ingenioso [el propio William Whewell] propuso que, por analogía con los artistas, podrían formar científicos”. A la fecha llegaremos a continuación
De hecho, Whewell tenía una amplia gama de intereses, desde mineralogía y mecánica hasta economía y filosofía moral, y realizó importantes contribuciones a todos ellos. Fue maestro en muchas disciplinas y uno de los pensadores más destacados de su tiempo. Estaba profundamente preocupado por la metodología de la investigación científica y contribuyó a perfeccionar la forma en que se lleva a cabo la investigación científica.
Una de esas preocupaciones versaba precisamente en denominar “filósofos naturales” a todos aquellos que realizaban estudios científicos; este término clásico se utilizó hasta el siglo XIX. Pero en este momento de la historia, la forma en la que se desarrollaba el trabajo científico empezó a cambiar, diseminándose en campos científicos cada vez más especializados y dejando claro que era necesaria una nomenclatura más fidedigna con la profesión que estaban desempeñando estos expertos.
La fecha clave
Por todo ello, el término “científico” fue acuñado por el propio Whewell en 1833, durante dicha reunión anual de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia inspirándose en la palabra ‘artista’.
Usar el término ‘científico’, explicó Whewell, abarcaría perfectamente a todos aquellos individuos dedicados a las distintas actividades científicas.
¿Fue aceptado inmediatamente? No sin reservas. Algunos académicos aducían que parecía un término un tanto artificial y poco serio (de hecho, preferían la palabra ‘naturalista’ o ‘filósofo’ -o incluso ‘hombre de ciencia’-, pero ninguna de ellas describía lo que realmente estaba ocurriendo con la ciencia en esos momentos); finalmente, la mayoría estuvo de acuerdo en que emplear esta palabra para referirse a los investigadores de la ciencia sería muy útil para el colectivo de profesionales, por lo que fue aceptada (no universalmente), ya que usarla como única opción encontró bastantes reticencias, lo que alargó que su uso se convirtiera en masivo.
Incluso en 1924, instituciones prominentes como la Royal Society de Londres, la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, la Royal Institution y la Cambridge University Press rechazaron el término, según Melinda Baldwin, profesora asociada de Historia en la Universidad de Maryland.
Habría que esperar a la finalización de la Segunda Guerra Mundial cuyo esfuerzo de guerra había requerido la movilización de científicos de diversos campos, cuando de nuevo sobresalió la importancia de un término unificado para describir a estos profesionales.
A mediados del siglo XX, «científico» se había convertido en el término aceptado globalmente para designar a una persona que se dedicaba a la investigación científica, dejando de lado el altamente ofensivo término ‘hombre de ciencia’ que dejaba fuera a todas las mujeres que se dedicaban a la ciencia.
Así, puede que Whewell no sea tan famoso como Aristóteles, Tales de Mileto o Isaac Newton, pero como primer «científico», su contribución al mundo de la ciencia no tiene parangón.
Este hito quedó grabado en los anales de la historia científica, ya que Whewell jugó un papel fundamental en la configuración del panorama científico tal como lo conocemos hoy gracias a esta palabra tan cotidiana en nuestros días.