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Los últimos muchachos de Benposta, la ciudad gobernada por niños: «Teníamos leyes propias, una aduana y moneda oficial»

La primera vez que José Luis Campo llegó a la Ciudad de los Muchachos se quedó impactado. Tenía 14 años y lo recibieron un grupo de chicos de su misma edad. Él había llegado allí con la intención de estudiar, tal y como le había dicho el padre Silva. «Yo trabajaba lavando platos en restaurantes de Ourense. Allí conocí al cura, que me animó a inscribirme en una formación profesional obrera que iba a impartir», cuenta a 20minutos. Lo que él no sabía es que esa nación gobernada por niños iba a enseñarle mucho más que un simple oficio. 

Campo nació en 1947 en Parada do Sil, un pequeño municipio de la Galicia rural marcado por la posguerra. Su familia, al igual que otras muchas, se vio obligada a emigrar, y se quedó al cuidado de unos familiares. «Los niños no quedábamos abandonados, pero no teníamos muchas oportunidades«, explica. La Ciudad de los Muchachos, un proyecto que nació de la ilusión de un joven seminarista a finales de la década de los 50, era una de las pocas opciones a la que podían aspirar los menores en situaciones marginales.

Definir la Ciudad de los Muchachos es complicado. ¿Un orfanato? ¿Un reformatorio? ¿Una secta? ¿Una nación? La idea de Jesús Silva, un sacerdote jesuita nacido en Ourense en 1933, era crear un lugar en el que pudieran vivir aquellos jóvenes de cualquier raza, religión y condición social que estuviesen insatisfechos con el mundo. Para ello, se inspiró en la historia de Edward Flanagan y la Boys Town de Nebraska de principios del siglo XX. Esta utopía cogió forma en la casa de su madre en 1956 y se trasladó a Benposta en 1963. Su cierre, a principios de los años 2000, hizo que su historia se quedase en el olvido, hasta ahora, que Prime Video la ha recuperado a través de una serie documental que se ha estrenado este 22 de noviembre. En sus más de seis décadas de trayectoria, pasaron unos 50.000 niños de todo el mundo.

Una autarquía con dirigentes infantiles

Campo ingresó en esta nación en 1962 y se convirtió en uno de los primeros ‘muchachos’ de Benposta. «El planteamiento del padre Silva era la autogestión. Él no quería depender ni de la caridad pública ni de nadie», recuerda. Y así fue. Vendían periódicos, trapos y chatarra para sobrevivir. Además, cada uno de los niños tenía una función dentro de la ciudad, más allá de estudiar. «Yo era el jefe de comedor. Esa visión de servicio significa mucho en la vida de un niño», cuenta el ourensano. Las tareas se decidían cada mañana en una asamblea.

La Ciudad de los Muchachos tenía «leyes propias y fronteras con aduanas donde había que mostrar el visado para acceder», explica Campo, así como «moneda oficial, la corona». Además, había servicios como banco, gasolinera, colegio, supermercado, discoteca… También contaban con talleres de zapatos y cerámica, cuyos productos vendían por encargo al exterior. La finca se convirtió en una autarquía con un parlamento conformado por dirigentes infantiles, que se elegían por votación. Los ‘muchachos’ de Benposta celebraron unas elecciones democráticas dos décadas antes que el resto de españoles.

Un billete de mil coronas, la moneda oficial de Benposta.
Un billete de mil coronas, la moneda oficial de Benposta.
Monedas de Galicia

«Era más que una simple ciudad. Se convirtió en una nación», asegura Marcelo Ndong, actor y artista de circo, a 20minutos. La primera vez que escuchó hablar de la Ciudad de los Muchachos fue en 1969, con apenas 13 años. Un grupo de niños de Guinea Ecuatorial recibió una beca para formarse en instituciones españolas. «Fuimos los primeros negros en llegar a Galicia. La gente se extrañaba al vernos», recuerda de esos primeros días. «No percibí nunca discriminación, pero sí mucha ignorancia», añade.

La impresión que tuvieron de Benposta fue negativa. «Nos encontramos con un ambiente totalmente diferente a lo que nos habíamos imaginado», asegura Ndong. Allí, los niños aprendían valores como la transparencia, la solidaridad o el servicio a través de las diferentes tareas y actividades que tenían asignadas. «Nosotros veníamos de una tribu a Europa para ser ingenieros, abogados, médicos… no a aprender valores», aclara. Eso no les gustó. O eso es lo que pensaban. «Cuando conocimos el circo, ese gran juguete, nos enganchamos», reconoce.

La primera escuela de circo de España

En 1963, se levantó una gran carpa azul, blanca y roja en la finca de Benposta para poner en marcha la primera Escuela Nacional de Circo de España, la segunda de Europa. El debut fue tres años después en la plaza de Cataluña, en Barcelona, con su actuación ‘Revolution Circus’. Tras su buena acogida, se embarcaron en una gira por otros puntos de España y Portugal. «En la época franquista era muy complicado viajar, pero nosotros conseguimos los permisos y llevamos la bandera española por todo el mundo», reconoce Ndong.

Ya en los años 70, después de recibir las visitas de Francisco Franco o la Reina Sofía, recorrieron otros países de Europa, siendo el primer circo en actuar en el Grand Palais de París. Lo siguiente fue dar vuelta al mundo con paradas en Estados Unidos, Japón, Canadá, México… Los ‘muchachos’ llegaron a hacer la pirámide de arlequines, su número más famoso, en las siete maravillas del mundo. Emperadores, reyes, presidentes y jefes de estado les recibían en cada ciudad que pisaban.

'El Circo de los Muchachos'
                                                                                                ‘El Circo de los Muchachos’

Cada vez empezaron a recibir a más niños. Incluso había padres que dejaban a sus hijos a las puertas de Benposta para que los acogieran y les dieran un buen futuro en el circo. «Hubo una época en la que los jóvenes portugueses de 16 años tenían que ir dos años a Angola a prestar servicio militar. Muchos cruzaron la frontera y los acogíamos a la Ciudad de los Muchachos», recuerda José Luis Campo. En la década de los 90, se encontraban en uno de sus mejores momentos, con sedes en diferentes partes del mundo, y formar parte de la compañía era más complicado.

«Para entrar en el circo, primero tenías que hacer un curso previo de dos años en la Ciudad de los Muchachos», cuenta Mustafá Danger, que recibió una beca para la escuela de Benposta con 14 años, después de que lo captase un talento en su Tánger natal. «Fue lo mejor que me ha pasado en la vida«, reconoce el funambulista. Llegó a Benposta en 1990 y lo recuerda como «un lugar soñado para un niño». «No había clasismos. Ahí éramos todos iguales, nos respetábamos mutuamente», asegura.

De la fama mundial al declive de Benposta

Mustafá fue uno de los últimos niños que vivió en Benposta. Al volver de una gira mundial, a principios de los años 2000, se encontró con una finca «totalmente acabada». «Varios compañeros, los últimos muchachos que quedábamos, nos pusimos a arreglarla para hacerla funcionar otra vez«, explica. Sin embargo, se encontraron con muchos problemas. «Mucha gente no quiere que la Ciudad de los Muchachos vuelva», reconoce, sin querer ahondar en más detalles.

«El cura era un padre para nosotros, era una persona muy cercana con los niños», explica Marcelo Ndong. «Sin embargo, cuando vas creciendo, te vas enfrentando a él. Eso fue lo que pasó. No aceptábamos su manera de llevar todo aquello. Nosotros queríamos algo más«, añade. «Cuando hacemos un programa para la marginalidad, esta se mantiene. Si creas un programa para niños huérfanos, serán huérfanos toda la vida, aunque sean profesionales», apunta José Luis Campo.

En 2003, la primera Escuela Nacional de Circo de España, situada en la emblemática Ciudad de los Muchachos de Benposta, cerró sus puertas para siempre. Y aquella finca por la que pasaron miles de niños de todo el mundo quedó abandonada.

La única persona que siguió viviendo allí fue el padre Silva, que falleció en 2011. «Pero las utopías no mueren, se encarnan en personas de alguna forma«, explica Campo, que coordina la sede de Colombia, una de las pocas que continúa abierta.

Al igual que muchos de sus compañeros, intenta ayudar a niños que se encuentran en situaciones complicadas. «La Ciudad de los Muchachos me dio la oportunidad, ahora yo quiero dársela a otros jóvenes que quieren ser acróbatas», cuenta Mustafá, que se dedica a buscar talentos, «pulirlos, llevarlos a otro nivel y ofrecerles un contrato laboral». Lo mismo hace Marcelo. «Siempre que puedo, vengo a CiudadEscuela Muchachos de Leganés a ayudar», explica.