La historia de este diamante de un profundo e intenso azul se inició en el siglo XVII, cuando un comerciante de origen francés lo robó durante su estancia en la India y se lo vendió a Luis XIV de Francia. Tras una serie de desafortunados acontecimientos, a principios del siglo XX surgiría la leyenda de que esta singular joya estaba maldita y que todo aquel que la poseyera sufriría las consecuencias.
A partir de ese momento, la historia cuenta que debido a aquel tremendo sacrilegio una terrible maldición recaería sobre todo aquel que poseyera la valiosa joya, hoy conocida como Diamante Hope.
Jean-Baptiste Tavernier publicó sus memorias, pero nunca explicó cómo llegó a adquirir el hermoso diamante azul. Eso sí, se especula con que o bien lo robo o bien lo recibió de manera clandestina de manos de algún mercader indio.
En 1668, Tavernier se reunió con el rey Luis XIV de Francia en el palacio de Versalles. El comerciante vendió al soberano todas las joyas que trajo de la India, incluida la maravillosa joya de color azul que fue descrita como «un gran diamante azul en forma de corazón, grueso, cortado al estilo indio, con un peso de 112 3/16 quilates».
La alhaja, que ya había sido pulida (a lo largo de la historia ha sido tallada y pulida en numerosas ocasiones, lo que ha reducido considerablemente su tamaño original), tenía un peso de 67 1/8 quilates cuando pasó a manos de su sucesor, Luis XV, que la incorporó en la insignia de la orden del Toisón de Oro.
LA CORTE FRANCESA
Los últimos monarcas franceses que poseyeron el diamante fueron Luis XVI y su esposa María Antonieta. Pero en 1792, durante la Revolución Francesa, un grupo de ladrones se coló por las ventanas del Depósito Real y se hizo con la valiosa joya azul junto con la mayor parte del tesoro de la Corona.
Al año siguiente, Luis XVI y María Antonieta eran guillotinados. Aquellos que crean en supersticiones podrían preguntarse si la maldición que según la leyenda afectaba a quienes poseían la hermosa joya tuvo algo que ver.
A partir de ese momento, al diamante azul se le pierde la pista y sería el propio Napoleón quien, pocos años más tarde, trataría de recuperar las joyas reales robadas durante la Revolución. En 1809 ya había logrado recuperar una buena parte de ellas, aunque seguirían sin aparecer dos de las piezas más importantes de la colección: la insignia de la orden del Toisón de Oro y, con ella, la preciada gema azul.
En 1812 apareció un diamante azul de 44 1/4 quilates en la colección de un comerciante de diamantes inglés llamado Daniel Eliason. ¿Se trataba tal vez de un fragmento del famoso diamante maldito? Muchos expertos creen que, tras su desaparición, la joya fue cortada en dos partes y que la otra, de 13 3/4 quilates, habría sido subastada en Ginebra a finales del siglo XIX.
LA MALDICIÓN SE EXTIENDE
Mucho más documentada está la posesión de la joya por parte de su siguiente propietario, Henry Philip Hope, de quien tomó finalmente el nombre. Hope pertenecía a una próspera familia de comerciantes y banqueros procedentes de Ámsterdam que se establecieron en Londres.
Tras su muerte, Henry Thomas Hope, su sobrino, heredó la joya y la exhibió en la Exposición Universal de Londres de 1851. Hope conservaría la joya en su poder hasta su muerte, a los 54 años.
En 1901, su nieto, lord Francis Hope, decidió desprenderse del diamante y lo vendió por 29.000 libras esterlinas (4.686.887 libras actuales ) a Adolph Weil, un comerciante de joyas de Londres, quien, a su vez, la vendió por 250.000 dólares a la joyería Joseph Frankel’s Sons & Co., con sede en Nueva York y Londres.
Poco después, los periódicos comenzarían a publicar noticias acerca de la supuesta maldición del diamante azul… y curiosamente las desgracias empezaron a sucederse entre sus propietarios.
DE MANO EN MANO
En 1908, Frankel vendió el diamante por 400.000 dólares a Selim Habib, un rico coleccionista de diamantes turco, el cual lo vendería un año más tarde a un joyero parisino que al año siguiente lo vendió por 550.000 francos a los famosos hermanos Cartier. Ese mismo año, el buque en el que viajaba Habib se hundió frente a las costas de Singapur y el desafortunado comerciante se ahogó en un mar infestado de tiburones.
Pero quien sin duda contribuyó a extender la historia de la maldición del diamante Hope fue May Yohé, una actriz de teatro norteamericana que estuvo casada con Francis Hope en 1894. Tras su divorcio de Hope, Yohé publicó un libro titulado The Mystery of the Hope Diamond (el misterio del diamante Hope) en el que culpaba a la joya de su separación.
Esta historia de maldiciones tuvo tanto predicamento que acabaría dando el salto a la gran pantalla, y la propia May Yohé posteriormente protagonizaría una película muda junto con la estrella del cine de terror Boris Karloff titulada The Hope Diamond Mystery.
Con todas las desgracias que rodeaban a los posesores de la joya, seguramente alguien se podría preguntar si la actriz tenía razón. Porque la misma Yohé, en la década de 1920, cuando tenía más de cincuenta años, tuvo que seguir actuando para poder mantenerse tanto ella como su marido, John Smuts, un oficial retirado del ejército británico con el que se instaló en Nueva Inglaterra.
Tras remodelar una granja en New Hampshire, la pareja la convirtiió en una posada a la que llamaron Blue Diamond Inn, pero, como no podía ser de otra manera, esta se incendió y quedó reducida a cenizas (el nombre parece que no fue de mucha ayuda). Finalmente, tras un cúmulo de desgracias, Yohé moriría en la indigencia en 1938.
ENTRE EL BIEN Y EL MAL
Por su parte, en 1911 los hermanos Cartier, los famosos joyeros franceses que eran los nuevos propietarios del Hope, decidieron vender la «peligrosa» joya a uno de sus clientes preferentes y más ricos de Estados Unidos, la pareja formada por Ned y Evalyn McLean. Pero había un inconveniente: a Evelyn no le gustaba el engaste ya que lo consideraba demasiado anticuado.
Decidido a venderlo como fuera, Pierre Cartier diseñó un nuevo engaste y se trasladó a Nueva York a bordo del Lusitania(el buque que en 1915 sería hundido por un submarino alemán) para mostrárselo a Evalyn, que era la rica heredera de Thomas Walsh, un minero y buscador de oro irlandés.
El nuevo engaste de platino, rodeado de 16 diamantes pequeños y transparentes (es el que conserva la joya en la actualidad), fascinó de tal modo a Evalyn que nada más ponérselo declaró: «Me puse el collar alrededor del cuello, y pareció conectar mi vida a un destino ligado al bien o al mal».
Así, tras pagar 180.000 dólares, Evalyn McLean exhibió el diamante en todo tipo de eventos creyendo que la maldición no iba con ella. Pero también debió de pensar que más valía prevenir, así que, por si acaso, acompañada de una de sus sirvientas, se dirigió a una iglesia de Virginia para que un sacerdote bendijera la joya y así la librara de todo posible mal.
¡LÍBRATE DEL MAL!
Todo parecía ir bien hasta que en 1919 ocurrió una primera desgracia. Vinson, uno de los tres hijos de la pareja, jugaba en la mansión que los McLean tenían en el distrito de Columbia, Washington.
El pequeño, de nueve años, que jugaba en el arcén de la carretera, echó a correr con tan mala fortuna que le embistió un coche que pasaba por allí.
La mala suerte hizo que a pesar de que el coche viajaba a muy poca velocidad, el niño se golpease la cabeza contra el asfalto. Murió a las pocas horas. En aquel momento a Evalyn le vino a la cabeza el consejo que un día le había dado la actriz May Yohé: «Tira la piedra y rompe el conjuro».
Pero a pesar de aquella terrible tragedia familiar, Evalyn conservó el diamante, y las desgracias se siguieron sucediendo. De hecho, finalmente la fortuna de los McLean se volatilizó, y en 1929, Ned y Evalyn se terminaron separando. Pero la maldición del diamante parecía no tener fin.
Ned fue diagnosticado de psicosis y saturación alcohólica y murió de un ataque al corazón. Completamente arruinado, no dejó nada en herencia ni a su exmujer ni a sus hijos. Asimismo, tras la muerte de Evalyn se descubrió que tenía tantas deudas que todas sus joyas, incluido el diamante Hope, fueron puestas a la venta.
EL INTRIGANTE COLOR AZUL
En 1949, Harry Winston, un joyero de lujo estadounidense, compró el lote completo de joyas que había pertenecido a Evalyn McLean. Como era de esperar, consideró que el Diamante Hope era la más importante y hermosa de todas, y decidió mostrarla en su «Corte de Joyas», una colección de gemas expuesta en diferentes museos e institutos de Estados Unidos.
Casi una década después, a mediados de 1958, con el fin de que el diamante tuviera aún más brillo Winston decidió realizarle unos cortes geométricos y donarlo al Instituto Smithsonian de Washington, donde se convirtió de inmediato en la principal atracción de la colección.
A pesar de su incalculable valor, Winston envió la joya ¡por correo! a la institución, depositando el diamante en un simple paquete postal, aunque, eso sí, no sin antes asegurarlo en un millón de dólares.
James Todd fue el cartero encargado de llevar el paquete, y cuando apenas había transcurrido un año desde que hizo la entrega empezó a sufrir una serie de desgracias: un camión le aplastó la pierna, resultó herido en un accidente de coche, su mujer murió de un ataque al corazón y su casa fue pasto de las llamas. Y eso que Todd no fue propietario de la joya, sino que solo se encargó de entregarla…
«Hay quienes creen que, de alguna manera, la maldición se halla en el azul profundo del diamante Hope», comento una vez Evalyn McLean.
Pero lo cierto es que tras más de sesenta años expuesta en el museo, no se ha producido, afortunadamente, ningún hecho relevante que haga pensar que la joya está maldita (algo que la lógica dice que no es posible).
Pero lo cierto es que el extraño fulgor violáceo que caracteriza a este diamante es lo que más ha intrigado a los científicos que lo han estudiado durante todo este tiempo, y también lo que más ha fascinado a todos aquellos que alguna vez han tenido el placer de poder contemplarlo.