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La isla secreta de Galicia que solo se puede visitar desde hace dos años

Papá, ¿qué hay en esa isla?» Pregunta frecuente entre los niños que vivían a orillas de la ría de Pontevedra, frente a la inquietante isla de Tambo, a donde estaba prohibido entrar.

Una pregunta recurrente pues seguramente, esos padres les preguntaron a los suyos lo mismo. Y es que realmente a la Isla de Tambo, situada en plena ría de Pontevedra, entre Marín y Combarro, le rodea una fecunda historia y cantidad de leyendas.

Tambo no es grande. De forma piramidal y ovalada, cuenta apenas con 26 hectáreas y 80 metros de altura en la cumbre de San Fagundo. El embarque tuvo lugar en el puerto de Combarro, con la compañía por cierto, del célebre chef Pepe Viera, quien no pierde ocasión para investigar los entresijos de su tierra gallega y llevarlos a su exquisita mesa.

Durante la corta travesía a Tambo, se cruzan las bateas de mejillones, ostras y vieiras, y en la distancia, a popa se observan los muchos hórreos que caracterizan a Combarro, a proa la Escuela Naval de Marín, de donde cada año parte el bergantín-goleta buque escuela, Juan Sebastián Elcano, en su expedición alrededor del mundo. El ir alcanzando Tambo, emociona. Ha estado cerrada al público durante muchos años, y una vez abierta se tiene el privilegio de poder conocer las venturas y desventuras de esta pequeña isla que guarda valores ambientales, patrimoniales e históricos.

ERASE UNA ISLA PERDIDA EN LA RÍA DE PONTEVEDRA

En el s. VII , el visigodo San Fructuoso, obispo de Braga, peregrinando por Galicia, fundó un pequeño monasterio en Tambo, en agradecimiento al milagro por el que caminó sobre las aguas, desde Poio, salvando a sus discípulos de un naufragio seguro. También se le atribuye al santo portugués la fundación del monasterio benedictino de San Juan de Poio, al cual Doña Urraca donaría la isla de Tambo cuando los benedictinos eran un priorato independiente, hasta 1835, año de la desamortización.

PIRATAS,  MILAGROS, Y CAMINOS

Y cuenta la leyenda que hubo tiempos cuando, en marea baja, se podía llegar caminando de Tambo a la playa de Chancelas, en Combarro. La gente lo hacía a menudo, especialmente para las fiestas. Una mujer embarazada lo intentó, cuando le pilló una tormenta y, a punto de ahogarse, una milagrosa burbuja de espuma la envolvió, librándole de las aguas, para depositarla en la playa de Tambo, donde dio a luz.

Sir Francis Drake, quien estaba bastante obsesionado con Galicia, en el s. XVI saqueó e incendió la isla de Tambo, destruyendo el monasterio. Sobre los restos del antiguo monasterio, en el s. XVIII se edificó la actual ermita de San Miguel, cuyos restos siguen siendo venerados por los marineros.

En 1745, el ilustrado Fray Martín Sarmiento inicia un Camino de Santiago diferente a los habituales, recorriendo las Rías Baixas. En su cuaderno viajero, escribe especialmente sobre su desembarco en Tambo, asombrado por la botánica de la isla de la que el fraile mantenía tener especies autóctonas, entre ellas la planta jabonera y otras plantas y hierbas de interés gastronómico y medicinal. Sin olvidar la riqueza marinera y piscícola con la que cuenta hasta hoy.

DE LAZARETO A POLVORÍN

Sin embargo, los derroteros de Tambo en aquel entonces poco tenían que ver con la biodiversidad descubierta por Fray Sarmiento. Con el auge de los viajes transatlánticos a bordo de barcos que salían desde el puerto de Marín, Tambo era el lazareto perfecto y necesario para alojar durante la cuarentena a los llegados del otro mundo, tanto tripulantes como pasajeros, hasta estar seguros de que no traían infecciones contagiosas. Papel que desempeñó la isla gallega hasta que a finales del s. XIX, la compró el político compostelano Montero Ríos, en cuya propiedad y la de sus descendentes permaneció hasta 1943, cuando pasó a ser parte de la Escuela Naval de Marín.

TAMBO, BOSQUES ADENTRO

Al desembarcar en uno de los tres pequeños embarcaderos de la isla, se sienten una serie de energías contradictorias. La pureza del enclave es lo primero que salta a la vista. Huele a esos eucaliptos, de los que dicen ser los más antiguos de Galicia, cuando la Escuela Naval de Marín los plantó, allá por 1945, para esconder la isla, rasa entonces, entre árboles.

Huellas de los años de maniobras militares se encuentran por toda la isla. Había un destacamento permanente en Tambo desde 1943 hasta 2002 , cuando se declaró exenta de interés militar y pasó a ser parte del municipio de Poio. Fantasmas del pasado aparecen entre los helechos gigantes, las playas de arena impoluta y agua trasparente, y los bosques de eucaliptos.

No es difícil cerrar los ojos e imaginar la escuela de oficiales y la cantina, hoy abandonadas,  llena de marinos que disfrutaban del fin de semana con su familia en tan idílico entorno, tomando el sol en alguna de las dos playas unidas en la parte norte de la isla, Área da Illa y Adreirá.

Como tampoco es difícil presentir en las ruinas del lazareto, el sufrimiento y el encierro de los que tenían que pasar por la cuarentana, antes de volver a su vida. La iglesia de San Miguel habla de historias marineras, y lo que queda del Polvorín, casi al borde del mar, testimonia el papel estratégico y militar de la Isla de Tambo.

SOLITARIA Y SILENCIOSA

La isla está en silencio, apenas el movimiento de un mar calmo. Se observa un muro que se adentra en el mar. Son las ostreras de piedra que construyó Montero Ríos. Antiguas bateas que en su día quedaban al descubierto según las mareas, cuando se podía cruzar de Tambo a Chancelas andando, antes de la reforma en el s. XIX del Muelle del Puerto de Pontevedra, que encauzó las aguas hacia Tambo, haciendo subir el nivel del agua.

Los helechos son enormes, y una flora variada y exuberante encierra el antiguo lazareto y la capilla de San Miguel. También, escondido entre la vegetación,  aparece un depósito de agua de cuando la Escuela Naval frecuentaba la isla, famosa por su excelente agua potable.

Y aunque estaba prohibida la pesca, más de un antiguo pescador, abre la sonrisa al contar, como en un día de mala mar, a hurtadillas navegaban hasta Tambo, donde el pescado fresco y abundante estaba asegurado.

Desde 2022, cuando el Ministerio de defensa le cedió la isla al municipio de Poio, Tambo se declaró abierta al público y de interés natural.

Todavía no entra a formar parte del Parque Nacional Marítimo Terrestre de las islas Atlánticas de Galicia pero se abogará para que lo haga. Cuatro archipiélagos forman este parque, donde se espera, en breve, entre también Tambo. Son el de las Islas Cíes, el archipiélago de Salvora, las islas de Ons, y de la de Cortejada que cuenta con el bosque flotante más grande de laurisilva.

De vuelta al puerto, en un día de sol, cuando las aguas atlánticas parecen caribeñas por su color y transparencia, el barco bordea la isla. Según navega se acerca la vista de la Escuela Naval de Marín y sorprende un faro ensoñador que, con sus 18 metros de altura, se alza imponente en la diminuta península de Tenlo.

El Tenlo Chico, como le llaman, sigue alumbrando la ría y a todos aquellos que la navegan les guiña el ojo de su luz, fiel testigo, sereno e inquebrantable de lo grande que ha sido y es, la pequeña isla de Tambo.