La clave de la felicidad, según Epicteto
Analizamos la filosofía de Epicteto, uno de los pensadores estoicos más populares de la Grecia helenística.
La filosofía antigua no era otra cosa que un arte de vivir, es decir, una guía para que cada persona realizara su propia elección vital y conformara una existencia plena y satisfactoria. Eso precisamente fue lo que transmitió Epicteto (55 –135 d.C.), un filósofo griego cuya visión de la felicidad se basa en los principios fundamentales de la escuela estoica.
Concretamente, uno de los puntos clave en la perspectiva de Epicteto sobre la felicidad consiste en discernir entre las cosas que dependen de nosotros y las que no. Según este filósofo nuestra felicidad o desdicha depende del hecho de emplear o no ese discernimiento.
Así recogía Arriano, discípulo de Epicteto, las palabras de su maestro, en uno de los pocos textos que se conservan sobre este intelectual:
«Entre tocas las cosas que existen, hay algunas que dependen de nosotros y otras que no dependen de nosotros. Así, dependen de nosotros el juicio de valor, el impulso a la acción, el deseo, la aversión, en una palabra, todo lo que constituye nuestros asuntos. Pero no dependen de nosotros el cuerpo, nuestras posesiones, las opiniones que los demás tienen de nosotros, los cargos, en una palabra, todo lo que no son nuestros asuntos».
Por tanto, Epicteto enfatiza la importancia de centrarse en lo que uno puede controlar, pero también en asumir con calma aquello que escapa a nuestro control.
El secreto de la felicidad, según él, está en manos de la mente individual y no en los elementos externos.
Como señala Pierre Hadot, especialista en el pensamiento griego antiguo que ha interpretado las enseñanzas de Epicteto, “quien no sea capaz de tomar esta postura, juzgará como una desgracia el hecho de no conseguir por ejemplo determinado éxito en los negocios o determinada propiedad, cosas que en realidad le son ajenas y dependen del Destino”.
Así pues distinguir entre lo que depende de nosotros y lo que no, es un ejercicio de concentración y delimitación del yo: “yo no soy las cosas que me rodean, aunque a veces me resulten deseables, como esa vasija, ese caballo o esa lámpara; ni tampoco los atributos gramaticales que el Destino me impone (rico o pobre, sano o enfermo); no soy mi cuerpo ni las emociones que pueden alterarlo”.
Por tanto, según este filósofo, admitir que lo que depende de nosotros se diferencia totalmente de lo que no (eso que soy frente a lo que me es ajeno), supone arraigarse de partida en el bien moral y en la felicidad. De lo contrario, implica hundirse en el mal moral y en la desdicha. En palabras de Epicteto: «Yo soy yo, estoy ahí donde está mi elección de vida».
Aceptación de la realidad
Además, la aceptación de la realidad tal como es, sin resistencia ni deseo de cambiar lo inalterable, es un principio clave en la filosofía de Epicteto. Esto significa que, según sus ideales, la felicidad proviene de aceptar lo que no se puede cambiar y actuar sabiamente en lo que sí se puede cambiar.
Por otra parte, para Epicteto, la auténtica felicidad se encuentra en el desarrollo del bien, la virtud y la sabiduría interior, no en la posesión de bienes materiales ni en la búsqueda de placer externo. Por este motivo, abogaba por la indiferencia hacia las circunstancias externas.
Asimismo, la filosofía de la felicidad de Epicteto se fundamenta en la autonomía interna, la autodisciplina, el desapego de las emociones destructivas, y la sabiduría práctica para vivir en armonía con la realidad y cultivar una paz interior que no dependa de las fluctuaciones externas de la vida.
Reflexiones de Epicteto
El Enquiridión o discursos de Epicteto recoge en forma de manual, una serie de conferencias informales de este filósofo estoico, escritas por su alumno Arriano alrededor del 180 d.C., en la que se incluyen los siguientes fragmentos (solo se conservan cuatro libros de los ocho originales):
- Si deseas cualquier cosa que no depende de ti, antes o después te verás asediado por el infortunio.
- Lo que perturba a los hombres no son las cosas, sino los juicios que hacen sobre las cosas. Así, por ejemplo, nada temible hay en la muerte, y la prueba es que a Sócrates no se lo pareció. Solo el juicio que nos hacemos de la muerte resulta temible. Así cuando nos enfrentamos a alguna dificultad, o nos sentimos inquietos o tristes, no debiéramos hacer responsable a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestros juicios (…).
- No pretendas que lo que ocurre ocurra como tú quieres, sino quiere que lo que ocurre ocurra como ocurre. Así el curso de tu vida será feliz.
- No digas nunca respecto de una cosa: «La perdí», sino: «La he devuelto». ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? Ha sido devuelta. ¿Han expoliado tus campos? También eso ha sido devuelto. Durante el tiempo que te son dados, ocúpate de tus bienes como si fueran de otro, como hacen los viajeros en la posada.
- Si quieres progresar, acostúmbrate a que los demás crean que eres un insensato y un bobo en lo referente a las cosas del mundo. No pretendas que parezca que sabes algo. Y si a ojos de alguno pareces ser alguien, desconfía de ti mismo.
- Recuerda que en la vida debes comportarte como si estuvieras en un banquete. La bandeja circula y llega hasta ti: extiende la mano y sírvete con moderación. ¿Avanza hacia los demás comensales? No la retengas. ¿Tarda en acercarse al lugar donde estás sentado? No proyectes tu deseo sobre ella, simplemente espera a que llegue junto a ti. Compórtate igual en lo que tiene que ver con los hijos, las mujeres, los cargos, la riqueza. Y un día serás un digno convidado de los dioses.
- Puedes ser invencible, siempre y cuando no entables ningún combate en el que la victoria no dependa de ti mismo.
- Recuerda que no te ofende quien te insulta o quien te azota, sino tu juicio, que te hace pensar que aquéllos te ofenden. Por tanto, que sepas que cuando alguien te irrita en realidad es tu juicio quien lo hace.
Una vida humilde
Epicteto nació en Hierápolis de Frigia (actual sudoeste de Turquía), pero pasó su primera infancia en Roma como esclavo, propiedad del liberto Epafrodito, quien lo inició en el estudio de la filosofía. Allí, una vez obtenida la libertad, fundó su primera escuela.
Sin embargo, tras ser expulsado de la ciudad, junto al resto de filósofos, la trasladó a Nicópolis (Grecia), hasta donde atrajo a numerosos patricios romanos. Su vida fue siempre de una sencillez extrema: habitó casas pequeñas, contando únicamente con lo imprescindible, y comió lo que tenía a mano.
Al igual que muchos otros maestros antiguos –Sócrates, Diógenes, etc-, decidió no escribir y desarrollar su pensamiento en un auténtico y cotidiano diálogo con sus alumnos.
Sus enseñanzas se conservan por tanto a través de los libros transcritos por su discípulo Arriano. La fama de Epicteto fue grande, mereciendo, según Orígenes, más respeto en vida del que había gozado Platón.
Referencias:
- Epicteto; Pierre Hadot. ‘Manual para la vida feliz’. errata naturae (2015)