El singular puente metálico que acercó más a Galicia y Portugal cumple 140 años
El viaducto, de 399 metros de longitud, está conformado por una larga estructura metálica con dos niveles de altura, con la vía del tren en el superior
Atravesar el principal paso fronterizo que comunica Galicia y Portugal, situado entre las localidades de Tui (Pontevedra) y Valença do Minho, es una tarea sencilla hoy en día. Simplemente hay que recorrer la autovía española A-55 y acceder a la IP-1 portuguesa tras atravesar el río Miño.
No lo era así a finales del siglo XIX, cuando el cauce fluvial era todo un obstáculo. Los gobiernos de los dos países acordaron la construcción de una singular infraestructura que solucionase este problema y permitiese la creación de una línea de ferrocarriles entre ambos territorios, que de paso también permitía el tránsito de viandantes. Se trata del conocido puente internacional Tui-Valença.
A mediados del siglo XIX, España y Portugal solo contaban con una conexión ferroviaria, entre Lisboa y Badajoz. Los gobiernos de los dos países pusieron en marcha una comisión que evaluase cómo crear más rutas transfronterizas. La que une el territorio luso con Galicia fue una de las elegidas.
De hecho, fue considerada de extraordinario interés «por atravesar la más rica, fértil y poblada provincia del Miño, y porque penetrando en Galicia pondrá en fácil comunicación esta parte de España con Portugal, que es la que por hoy tiene más relaciones, que son ya de gran Importancia», según recoge un artículo publicado por el ya fallecido profesor Xosé Fernández Fernández, de la Universidad de La Coruña, revela cómo se gestó esta importante obra en su tiempo.
El principal obstáculo, según recoge esta publicación, era salvar la frontera natural que suponía el río Miño, para lo cual se debería construir un puente internacional.
La Compañía de Medina del Campo a Zamora y de Orense a Vigo terminó el tramo de 37 kilómetros que separaba las localidades de Tui y Vigo en 1878. Y los portugueses hicieron lo mismo en 1879 en la línea Oporto-Valença. Quedaba decidir cómo atravesar la frontera.
La solución por la que se optó fue por la construcción de un puente con una altura de 22,70 metros de altura sobre el nivel de las aguas bajas, y compuesto de cinco tramos, tres centrales de 66 metros de luz, y dos laterales de 60 metros, y además, con estribo habrá un tramo de 15 metros. Fue proyectado con una longitud de 399 metros.
La peculiaridad que presenta esta infraestructura es que se proyectó tanto para el ferrocarril, como para la carretera, de tal modo que se redujeron los costes sustancialmente respecto a una obra con dos viaductos.
En la actualidad, este paso sobre el Miño sigue plenamente operativo y soporta un importante tránsito de coches, peatones y también de trenes. El puente con dos niveles de altura, y el más elevado está destinado a los ferrocarriles. El ingeniero riojano Pelayo Mancebo y Ágreda fue el encargado de elaborar la propuesta técnica.
Este puente sobre el río está conformado en torno a una larga estructura metálica, tipo celosía, en forma de cajón que descansa sobre unos gruesos pilares pétreos.
Eiffel y el puente internacional
En 1880, una comisión de técnicos organizó el concurso público para seleccionar a la empresa que construiría esta infraestructura. Tuvo lugar la subasta en Lisboa, el 30 de julio de 1881, y en la misma compitieron ocho empresas, entre las que se encontraba la dirigida por el famoso ingeniero francés Gustave Eiffel, autor de la famosa de torre de París, según señala el artículo de Xosé Fernández Fernández. En concreta, figuraba como «Eiffel y Cía.», fundada en 1868. Sin embargo, la elegida fue la firma belga «Braine-le-Compte».
En junio de 1882 dieron comienzo los primeros trabajos de cimentación de las pilas y los operarios continuaron con la obra hasta septiembre de 1884, cuando se completó la ejecución de la estructura. Solo quedaban pendientes las pruebas de carga, que los gobiernos recepcionasen la obra y la correspondiente inauguración.
La apertura oficial del mismo se produjo el 25 de marzo de 1886, un día que albergó a numerosos curiosos que no quisieron perderse el acto.