La carretera avanza silenciosa a lo largo del valle del río Verdugo, en Pontevedra, sin grandes estridencias, sin demasiados ascensos.
Tan gallega que casi siempre pasa inadvertida a pesar de su buen trazo. La fortaleza aparece a la salida de una curva, elevada, pero no una multitud, apenas 120 metros sobre el nivel del mar, sobre esa ría de Vigo que no se ve, pero se intuye; que se esconde entre los picos del valle a menos de cinco kilómetros en línea recta.
Hay en el Castillo de Soutomaior algo de místico y mucho de terrenal; un silencio que envuelve todo y que sólo rompen el trinar de algún pájaro invisible o el alborozo que, cualquier día de semana acercan dos o tres parejas de niños y de hermanos, que corren tan fascinados como los adultos.
Están, estamos, a los pies de un castillo que bien podría haber sido cualquier otra cosa entre los muchos avatares de su historia.
Lo cierto es que ahí, por ese mar de rocas centenarias, discurre un relato que comprende, en sí mismo, muchos otros: el de Pedro Madruga, el de la revuelta de los Irmandiños, el del María Vinyals, o el nuestro, el de hoy en día, el de un lugar que ha sabido adaptarse para ofrecer al visitante un entorno y una visita inmejorables.
La historia de Soutomaior
El origen de la fortaleza se remonta al reinado de Alfonso VII, cuando se construyó una estructura militar y defensiva en un lugar estratégico. Cerca de la costa pero protegido de las invasiones marítimas de normandos, turcos o piratas al erigirse sobre rocas, permitía controlar las comunicaciones de norte a sur, y dominaba el valle del río Verdugo desde su confluencia con el Oitavén hasta la desembocadura.
El castillo evolucionó de torre de defensa a fortaleza con doble recinto amurallado en el siglo XV, una etapa durante la que destaca la figura de Pedro Álvarez de Sotomayor, más conocido como Pedro Madruga.
Las investigaciones sobre este noble, que ostentaba además el título de conde de Camiña, vizconde de Tui y mariscal de Baiona, apuntan a que podría ser Cristóbal Colón ante las coincidencias entre ambos sobre amigos y rivales, así como por la toponimia ligada a las Rías Baixas con la que fueron bautizados más de cien lugares del Nuevo Mundo.
Pedro Madruga convirtió la fortaleza en su centro de operaciones. Desde allí se enfrentó con la jerarquía eclesiástica y con otras familias nobiliarias gallegas, como los Sarmiento, y se posicionó a favor de la Beltraneja en la Guerra de Sucesión.
El castillo había sido destruido durante la revuelta campesina de los Irmandiños, y el noble intervino para su reconstrucción, adaptándolo además al empleo de las armas de fuego, que Pedro Madruga acababa de introducir en Galicia. El recinto vivió entonces su época de mayor esplendor.
En los siglos siguientes la fortaleza vivió un largo declive, provocado por los pleitos familiares, y pasaría por distintas manos hasta llegar a María Vinyals, conocida como la ‘Marquesa Roja’, que convirtió el castillo en lugar de encuentro entre artistas, y a la que debemos la gran leyenda de Soutomaior: el fantasma del ‘Alemanote’.
Este espíritu pertenecía, o pertenece, a un hombre de origen alemán que trabajó como tutor y preceptor de uno de los sobrinos de un anterior propietario del castillo. Este hombre, también científico, había instalado un laboratorio en los sótanos de la fortaleza, dando con una fórmula mágica para un arma que decantaría la I Guerra Mundial a favor de Alemania. Sin embargo, fallecería en una salida a caballo antes de ponerla en práctica.
Cuando un periodista amigo de María visitó Castillo, escuchó la historia de boca del propio fantasma, que se le apareció en uno de los salones, y cumplió su petición de destruir la fórmula. La escritora recoge la historia en su libro “O Alemanote”.
Soutomaior hoy
La fortaleza salió a subasta en 1917 y sufrió en las décadas siguientes un nuevo periodo de decadencia. Tras varias operaciones de venta y un deterioro progresivo, en 1982 lo adquirió la Diputación de Pontevedra.
Soutomaior afronta ahora una nueva época dorada, con la musealización que completa el atractivo histórico y botánico de esta impresionante fortaleza.
Porque sólo la ‘finca’ del castillo comprende unas 25 hectáreas de historia y armonía, la que transcurre de los campos de maíz originarios a la residencia de verano de los Marqueses de la Vega de Armijo y de Mos; la que avanza, imparable, a través de los distintos ejemplares que, a veces, llevan allí ochocientos años con todas sus estaciones, como sucede con alguno de los castaños.
Mucho más tarde llegaron naranjos, eucaliptos y palmeras. Y naturalmente las camelias. Camelias que se distribuyeron primero en grupitos por el parque, y se enroscaron luego como guirnaldas de color en torno a la colina.
Todos ellos son hoy testigos mudos de un relato que no para de crecer y que resume, casi sin querer, más de medio milenio de nuestra historia, de la historia de Galicia, de la feroz fortaleza medieval que fue, y que sigue siendo, maquillada, para disfrute de cualquiera que quiera perderse entre sus faldas.