Los seres humanos como animales racionales que somos mantenemos, aunque muchas veces lo olvidemos, una estrecha vinculación con el entorno.
Nuestra naturaleza animal está estrechamente ligada con la naturaleza y sus leyes, aunque insistamos una y otra vez en desvincularnos de este entorno construyendo hormigón y cemento a nuestro alrededor, como huyendo de un origen que nos es ineludible.
De hecho hay un instinto primario en nosotros que hace que realmente encontremos la tan ansiada tranquilidad y paz estando en entornos naturales. La simple visión del mar, el olor a hierba mojada, el ruido de un bosque, etc. nos transmiten un estado de profundo bienestar.
El clima, los distintos fenómenos metereológicos y las presiones atmosféricas pueden, y de hecho lo hacen, influirnos más de lo que nosostros nos pensamos.
La metereosensibilidad estudia como el clima y el tiempo nos afectan.
No todos somos meteosensibles, sin embargo un gran porcentaje de la población se resiente en cuanto cambia el tiempo o las circunstancias climatológicas. Averigua como nos influyen estos condicionantes en nuestro comportamiento y humor.
El frío y el calor, claves en la conducta humana
Es curiosa la incidencia de la temperatura en la conducta humana.
Está demostrado que cuando la temperatura ambiente es templada, o algo inferior a los 22º C , el ser humano vive en un manifiesto bienestar y goza de buen humor. Incluso, estando en pareja, es cuando se acusa su mayor índice de fecundidad. Mientras que subir de esta temperatura altera drásticamente el humor.
Con la subida de temperatura, se produce un aumento de circulación sanguínea por el exterior del cuerpo para radiar el calor sobrante, lo que provocará un aumento de sudoración que el cuerpo utiliza para refrigerar nuestra temperatura.
Junto a ello, el organismo experimenta modificaciones hormonales complejas que no solo disminuirán la secreción de orina sino que también tendrán su consecuencia directa en un comportamiento más sensible y agresivo.
Bien es sabido que muchos asesinatos y actos de violencia se producen coincidiendo con épocas estivales y durante períodos de fuertes calores.
Las separaciones, los divorcios, así como el abuso de sustancias tóxicas se disparan en estas épocas calurosas.
La depresiónes, por su lado, aumentan exageradamente en primavera, subiendo en esta época las tasas de suicidios.
Como nos afectan los cambios estacionales, sobretodo si eres “meteosensible”
No todo el mundo es meteosensible.
Se estima que entre un 30% y un 50% lo es. Y se sabe que las personas estresadas son especialmente sensibles a los cambios climáticos.
Si has detectado que eres meteosensible, especialmente notarás los cambios estacionales bruscos.
Este cambio drástico puede suponer un estrés inesperado en nuestro organismo que se manifiesta en un cambio de humor súbito y la aparición de molestas enfermedades.
Según la medicina, cuanto más bruscamente cambia el tiempo, más posibilidad hay de que se altere el sistema nervioso y vascular. Por lo que ello daría pie a transtornos como la depresión, la diabetes, la hipertensión, la insuficiencia renal o la astenia (primaveral).
La presión atmosférica, la salud y la importancia de los iones
La presión atmosférica afecta al cerebro y al cuerpo humano.
De hecho, los cambios bruscos de presión y humedad tienen una repercusión directa sobre la salud.
En las personas con enfermedades crónicas inflamatorias como artritis, reuma, ciática etc o las que han sufrido reciente operaciones, o las que han tenido roturas articulares, ya sean musculares u óseas, detectan directamente en su cuerpo el cambio de presión, sintiéndose peor en esas horas o días. Además es muy común la aparición de cefaleas, asma, ansiedad y depresión. Esta relación directa entre el clima y la salud, que produce ciertos transtornos , se conoce con el nombre de metereopatías.
En plena montaña y con altitud, el cuerpo experimenta un cambio notable que se hace muy presente en su funcionamiento. Con mayor presión atmosférica y menos oxígeno, el organismo se resiente y empieza a funcionar lentamente. Aparecen los jadeos, el cansancio, la necesidad de pausas, etc.
El organismo para compensar la falta de oxígeno acelera el ritmo cardíaco y el ritmo respiratorio, produciendo una sensación invasiva de cansancio.Pero los efectos de la presión atmosférica también se dejan ver a nivel del mar.
Es curioso como justamente antes de producirse una tormenta, cuando cae la presión atmosférica, no solo los animales se sientes alterados e inquietos, los seres humanos también cambiamos radicalmente nuestro humor y nos sentimos más nerviosos y hasta a veces más deprimidos.
Científicamente este cambio en nuestro humor se explica por una atmósfera cargada, es el llamado estrés electromagnético o electroestrés causado por la gran carga eléctrica del aire, saturado de iones positivos, que desequilibra el organismo del ser humano.
Es curioso como especialmente las mujeres son sensibles a estos cambios.
Esto podría deberse a nuestro instinto natural heredado desde tiempos prehistóricos, cuando el hombre primitivo y en especial la mujer, con su sentimiento de maternidad, debía proteger a su prole e iniciar un cambio en el campamento, desde los márgenes de los ríos a zonas más internas y altas como las montañas, para evitar ríadas e inundaciones.
El exceso de iones positivos es perjudicial para la salud:
produce insomnio, irritabilidad, mal humor, mal estar, jaquecas etc. Se da normalmente en las ciudades debido a que la contaminación atmosférica destruye los iones negativos. Los días húmedos o polvorientos hay exceso de iones positivos porque los iones negativos desaparecen al adherirse al polvo y al agua.
Existen fuentes artificiales de iones positivos como:
la contaminación atmosférica, el aire acondicionado, las pantallas de TV (un televisor puede llegar a producir un campo de 20.000 voltios), las pantallas de ordenadores, las fibras sintéticas… En las casas hay además aparatos eléctricos que producen campos estáticos que generan iones positivos; en el campo, por su lado, abundan los iones negativos (los beneficiosos).
También es curioso como responden los diferentes individuos después de la lluvia. La ionización negativa del aire después de una tormenta produce relajación y aumenta el rendimiento corporal y psíquico.
Pero el efecto más importante es la reducción del estrés debido a que los iones negativos reducen una hormona, la Serotonina, llamada por los médicos “la hormona del estrés”. Algunas personas se sienten más relajadas e incluso aplatanadas, mientras que otras se sienten enérgicas y llenas de vitalidad.
Ello tendría que ver con los iones negativos en el ambiente descargados en la atmósfera, llamados las vitaminas del aire.
Una importantísima fuente de ionización negativa es el agua en movimiento (duchas, fuentes, saltos, cascadas, la orilla del mar) porque cuando el agua choca y la gota se divide, la parte más volátil del agua, que es la que se respira, queda cargada negativamente.
Así nos influye el clima, en el humor y en la salud:
En los últimos meses ha quedado más claro que nunca que estamos totalmente expuestos a los antojos del clima.
Termómetros que suben y bajan caprichosamente en el mismo día, vientos inesperados y muy desapacibles, frío de otoño ya entrados en primavera…
Más allá de las previsiones apocalípticas que sobre el futuro lejano puedan hacerse, conviene saber que estos cambios bruscos alteran a diario nuestro humor… ¡Y nuestra salud! Y hay quienes lo acusan más que el resto.
Cómo saber si eres “meteosensible”
En ciertas casas bromean asegurando que no necesitan oír al “hombre del tiempo” porque alguien en la familia es capaz de predecir incluso con bastante más adelanto cómo cambiará el clima en las próximas horas.
No suelen ser excentricidades de esa persona sino una realidad muy palpable: Siente molestias, dolores y altibajos en el humor porque su organismo es hipersensible a los cambios atmosféricos. Y los nota mucho antes de que los demás podamos verlos, e incluso de forma más aguda. A esa persona, y a quienes son como ella, se les denomina meteosensibles o meteorosensibles. Y son muchos más de lo que parece: hasta el 60% de la población podría serlo.
Pero al resto de la población los cambios inesperados también les afectan, aunque no del mismo modo.
Según algunos entendidos, existen cinco “perfiles bioclimáticos” diferentes, dependiendo de qué genética le haya tocado a cada uno, de qué glándula del organismo sea más activa y de qué hormonas liberen en más cantidad. Son los siguientes:
El individuo equilibrado. Lógicamente es el idóneo porque, haga el tiempo que haga, no sufre el llamado “estrés meteorológico”. ¿La razón? Que sus hormonas luchan siempre por el equilibrio perfecto y ni siquiera el viento más huracanado o el día más desapacible pueden romperlo. Si no te sueles quejar de cómo te afectan esos cambios repentinos, seguramente te haya tocado en suerte estar en esta minoritaria categoría.
El Vagotónico. Suelen serlo aquellos individuos que, con los cambios de tiempo, notan un bajón muy acusado en su energía y pierden repentinamente el apetito, sobre todo por la mañana. Ocurre porque esas variaciones climatológicas activan el nervio vago (que conecta el cerebro con el resto del cuerpo) y hacen que su organismo fabrique más acetilcolina, hormona que provoca una relajación excesiva.
El Simpaticotónico. En ellos ocurre justo lo contrario que en los anteriores: los cambios de clima y de presión atmosférica hacen que estén en situación de permanente alerta, por lo que se vuelven hiperactivos, tienen un punto de agresividad e incluso sufren insomnio y puede dispararse su tensión. Si se miran al espejo seguramente perciban que tienen las pupilas más dilatadas que de costumbre.
El Serotonínico. Parece ser que ante los cambios climáticos, estas personas ven alterados sus niveles de serotonina. Sí, es la hormona de la felicidad pero que haga “un tiempo que no toca” hace que esa hormona se desoriente. Por eso, ellos están especialmente irritables y pueden tener pequeños espasmos musculares, taquicardias y crisis de angustia. Y un dato más: tienen un ansia desmedida por comer carbohidratos.
El Tiroideo. En este caso la hormona tiroidea fabrica grandes cantidades de tiroxina, como ocurre en las personas con hipotiroidismo, y su organismo va acelerado (tiene diarreas, siente mucho calor, sudoración…), tanto si hace frío como si hace calor extremo. Y, de nuevo, aparece el mal humor y la agresividad.
Los factores ambientales que más nos perjudican
Del mismo modo que existe el confort ambiental en el hogar (y cuando lo perdemos procuramos reestablecerlo con la calefacción o el aire acondicionado), en el exterior también se pueden dar las condiciones climáticas perfectas: si la temperatura se encuentra entre 20º y 25º; la humedad relativa del ambiente entre un 40% y un 70%; la velocidad del aire no es inferior a 0,15 m/s ni superior a 0,25 m/s; y la presión atmosférica está en torno a 1013,2 milibares y con ionización negativa… nos sentimos “en la gloria”.
Pero eso ocurre cada vez con menos frecuencia y nuestra vulnerabilidad va en aumento.
Creemos que controlamos el entorno, pero lo cierto es que es él quién siempre lleva las riendas y nos hace “pagar” cada una de las licencias que nos tomamos con la Madre Naturaleza:
Horas antes de una fuerte lluvia o cuando hay viento fuerte, la atmósfera está cargada de iones positivos, por lo que estamos más irritables y nerviosos, con los miembros agarrotados, falta de concentración, dolor de cabeza, ronquera y congestión nasal, además de que aumenta nuestra presión arterial.
Si eres meteosensible, notarás todo esto uno o dos días antes de que llegue la lluvia. Una vez que la tormenta descarga, vuelven los iones “buenos” (los negativos) y nuestro organismo segrega la cantidad idónea de serotonina, la hormona del bienestar. También se ha comprobado que, tras la lluvia, nuestras heridas cicatrizan mejor.
Cuando hace mucho calor es normal que nuestra tensión y nuestra glucosa bajen, que nos sintamos sin energía y suframos migrañas, conjuntivitis y alergias además de falta de atención. Esa “relajación” hace que percibamos los riesgos como menores. Algunos estudios han demostrado que también en días muy calurosos aumentan los suicidios.
Con bajas presiones (suele ocurrir cuando sopla un aire es cálido) los huesos duelen más y los trastornos digestivos están a la orden del día, así como los respiratorios y los circulatorios.
Además se ha comprobado que cuando se producen variaciones bruscas de presión atmosférica (que viene a ser lo que pesa el aire), se producen más ictus o accidentes cerebrovasculares.
Cuando hay olas de frío es normal que aumenten las bronquitis, las úlceras, los dolores poliartríticos, la ciática o el lumbago…
Pero si el frío se acompaña de una humedad alta (el aire contiene más vapor de agua) y de baja presión atmosférica hay que tener cuidado con el corazón porque se producen más infartos.
Los días de fuerte viento todos nos ponemos irritables y nos volvemos algo más alérgicos (las diminutas partículas en suspensión provocan un molesto picor en ojos y nariz). Pero hay que diferenciar entre vientos cálidos y fríos: los primeros (ocurre sobre todo con el llamado Viento Foehn) provocan jaquecas, migrañas, dificultad para concentrarse y memorizar e incluso más accidentes de tráficos y peleas, tanto callejeras como laborales y familiares.
Si el viento que sopla es, por el contrario, frío tendremos más necesidad de ir al baño, respiraremos peor y aumentarán los trastornos circulatorios porque nuestro sistema parasimpático cerebral estará sobreestimulado.
Si el aire fuerte es mantenido, podemos tener un comportamiento depresivo.