A Casa do Demo, el lugar de Galicia con el primer caso de poltergeist documentado de España
La historia de unos sucesos paranormales sucedidos en Ponteceso hace más de un siglo y documentados por la iglesia y los medios de comunicación
El 20 de septiembre de 1982 se estrenaba en España una película, producida por Steven Spielberg, que marcó un antes y un después en nuestra forma de entender el miedo: Poltergeist.
Esta historia nos contaba cómo una familia empezaba a experimentar fenómenos sobrenaturales en la casa a la que acababan de mudarse, y donde la hija pequeña se convierte en su principal víctima, dejándonos una frase icónica para la historia: “Carol Anne, ve hacia la luz”. Pero esta ficticia familia no fue la única que sufrió circunstancias paranormales, ya que delante y detrás de las cámaras sucedieron cosas terribles, llegando a afirmarse que los rodajes de “Poltergeist” estaban malditos por utilizar esqueletos humanos reales y que hasta seis miembros del equipo de esta saga de películas habían fallecido mientras la rodaban algunos de ellos.
Lo cierto es que en todas las películas de la trilogía se hicieron exorcismos y se bendijo el set de grabación, antes y después de empezar a rodar, para evitar los sucesos que años después inspirarían la conocida como maldición de Poltergeist.
Lo que ocurrió mucho antes, en un pequeño pueblo gallego, no solo fue corroborado por multitud de testigos, sino que hasta la iglesia realizó un informe oficial sobre una pequeña casa que albergó el primer caso documentado de poltergeist de la historia de España: A casa do Demo.
En 1899, en la casa de Juliana Rodríguez, en una pequeña aldea de Ponteceso, San Fiz de Anllóns, comenzaron a ocurrir extraños fenómenos. Cuando se levantaba por las mañanas se encontraba lo muebles cambiados de sitio, los huevos estaban vacíos, algo removía las brasas de la lumbre y se oían extraños y siniestros ruidos sin procedencia clara.
Pero un día los fenómenos fueron a más: comenzaron a llover piedras, garras invisibles comenzaron a arañarla, a golpearla y a tirarle del pelo. Juliana vivía con su nieta, María Cundíns que, afortunadamente, no sufría esos ataques, hasta que un día la joven también empezó a padecerlos.
Juliana, consciente de que su historia sería vista como una locura, decidió acudir al párroco, Juan Antonio Combarro, con la excusa de pedirle una misa en el aniversario del fallecimiento de su marido, que había ocurrido un año antes, para ver qué podía hacer la iglesia por ella.
A principios de febrero de 1900 acudió suplicando la celebración de la misa con urgencia, algo que sorprendió al párroco que, ante la insistencia de sus preguntas, consiguió que Juliana, llorando y desconsolada, le contara lo que estaba ocurriendo en su casa pidiéndole que no lo revelase a nadie por temor a que su nombre fuera objeto de burlas.
El párroco, viendo que los hechos que contaba violaban las leyes conocidas, le pidió que rezara el Rosario y la hizo acompañar por varias personas para que velaran la casa esa noche. Pero al día siguiente, una de aquellas personas, acudió al párroco para pedirle que, por Dios, fuera a bendecir aquella casa.
Al día siguiente Combarro bendijo la casa sin que ocurriera suceso alguno hasta que, justo cuando estaba guardando su estola, una piedra cayó suavemente en el suelo. Poco después cayó otra y después parte de una báscula y el mango de un paraguas. A continuación, media docena de patatas aparecieron de la nada y formaron una columna que se mantuvo erguida.
Combarro no volvió a la casa de Juliana, debido al terror que aquellos eventos le habían producido, pero sí informó al arzobispo de Santiago, Martín de Herrera, para que se realizara una investigación de lo que estaba ocurriendo en aquel lugar.
El arzobispado puso en marcha una comisión en la que se interrogaron, ante notario, a varios testigos de lo que sucedía en la vivienda de Juliana. Varios de ellos contaron cómo la anciana y su nieta eran zarandeadas y arrastradas por los pelos por una fuerza invisible que tiraba de ellas con fuerza y recibían bofetadas que quedaban marcadas en sus rostros.
Uno de los testigos más fiables fue el farmacéutico de Ponteceso, Severiano Mesías, que había acudido a comprobar los hechos que le habían contado. Antes de entrar en la casa, tanto él como sus acompañantes hicieron un reconocimiento para asegurarse que no había trucos ni se trataba de una broma. Tras entrar en la casa, varias piedras comenzaron a bajar del techo y desaparecían. Marcaron algunas con una cruz y vieron que desaparecían y volvían a aparecer en otros lugares de la vivienda. Incluso llegaron a ver un cesto lleno de patatas que no se caían de él a pesar de estar boca abajo y sin tapa.
Durante las diligencias de la iglesia los sucesos se conocieron en toda la comarca y pronto le dieron el nombre de “A casa do Demo” (La casa del Diablo). La pobre mujer quiso abandonar su vivienda y trasladarse a la de algún vecino, pero todos ellos la rechazaban por temor a que llevara a sus pacíficas y tranquilas viviendas la maldición que había caído sobre ella.
El arzobispado, que tampoco se creía que aquellas diabluras fueran cosa del maligno, finalmente aceptó lo que allí ocurría, por lo que facultó al párroco para usar exorcismos y todos los remedios de la iglesia para hacer huir a aquella entidad de la casa de Juliana.
Una de las explicaciones que se intentó dar a esta posesión diabólica fue que el difunto marido de Juliana había pertenecido en América a una sociedad de espiritistas. Se decía que, a su vuelta a Galicia, había traído consigo algunos libros que su mujer conservaba tras su muerte y que, quizá, el difunto estaba tratando de comunicarse con ella de alguna manera.
La noticia era tan extraordinaria que llegó a aparecer publicada en varios diarios y desde entonces es recordada de manera habitual como la primera posesión diabólica documentada de una vivienda en la historia de España.
Por desgracia, la ayuda de la iglesia no valió de nada, lo que provocó que, finalmente, las dos mujeres abandonaran la vivienda. Juliana se fue a vivir con otros miembros de la familia y falleció a los pocos años. Su nieta se marchó a América, donde se le perdió la pista.
Con la casa vacía, el diablo pareció perder interés por manifestarse y el exorcismo no se llegó a practicar. Tras la visita de periodistas y curiosos, permaneció vacía durante 100 años, hasta que fue restaurada por un joven biólogo para usarla como casa de turismo rural.
En la actualidad no quedan rastros de las fuerzas oscuras que una vez atacaron a sus moradores, no ha habido actividad paranormal ni las patatas han salido volando de nuevo. Quién sabe, quizá el maligno decidió empezar a disfrutar de la maravillosa patata gallega, un manjar del que ni el diablo puede escapar…
Fuente: Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.